viernes, 9 de agosto de 2002

EU: el ascenso militar y el 11/09

John Saxe-Fernández
La Jornada.
México 9 de agosto de 2002.

Todo indica que los fundamentos de la estabilidad política y económica, gestados alrededor de la pax americana después de la Segunda Guerra Mundial, están siendo arrasados por la profundización de la crisis que abate al sistema capitalista como un todo y, de manera inquietante, a Estados Unidos, potencia con primacía global que observa un serio desgaste de su hegemonía económica, especial, aunque no exclusivamente, en las áreas monetaria y de integridad empresarial, que se expresa en frecuentes pánicos bursátiles. En estas circunstancias, Washington juega su "carta fuerte" por medio del ejercicio de una diplomacia centrada en la unilateralidad militar. Es en este contexto en que se deben interpretar las sorprendentes propuestas de Bush después del 11/09: ya hemos analizado cómo con la excusa de la ''guerra antiterrorista'' el Ejecutivo intenta modificar el esquema constitucional que equilibra las relaciones y funciones entre poderes, adquiriendo ahora una nueva dimensión: impactar las relaciones cívico-militares.

La usurpación de funciones es una inclinación que históricamente ha caracterizado a la presidencia imperial, pero después de los ataques contra las Torres Gemelas ha sido llevada al desenfreno por el equipo que maneja la Casa Blanca. El 30 de julio Rubén Navarrete, desde el servicio de noticias del New York Times, informó sobre la petición hecha por Bush al Congreso para modificar el Acta Posse Comitatus de 1878, que es la base formal del principio que impide que el personal militar se involucre en funciones no relacionadas con el mantenimiento de la ley y el orden doméstico. La presidencia imperial abre así las puertas al autoritarismo militar y al debilitamiento de la normatividad constitucional y de los derechos y libertades civiles. De acuerdo con Bush, ''...la amenaza del terrorismo catastrófico requiere una cabal revisión de las leyes, de tal suerte que se permita a los militares actuar en Estados Unidos''.

Al respecto caben dos observaciones: primero, si se revisa la historia de EU, de manera particular la evolución de su estructura de poder, es fácil discernir la existencia de tendencias de largo plazo que se acentúan de manera extraordinaria a raíz de la masiva movilización bélico-industrial de la Segunda Guerra Mundial, y desde ahí de la consolidación de una economía permanente de guerra. Se observa la persistencia y profundización de los persistentes lazos entre el Estado y la clase empresarial, que llega a lo que sólo puede calificarse de nuevo nivel, en el sentido de que la imbricación, como resultado de lo ocurrido a partir de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial, impide concebirlas como dos mundos separados.

Charles Wright Mills, en su clásico La elite del poder (FCE, 1964), demuestra que el crecimiento de la rama ejecutiva, con todas las agencias por medio de las que supervisa una economía compleja, no significa sólo una mera ampliación de la actividad gubernamental o alguna suerte de autonomía burocrática, sino que ha reflejado el ascenso político de los altos ejecutivos empresariales y su ingreso directo a los directorios políticos. Después de la guerra el peso de esos ejecutivos aumentó al punto de dominio. Con una relación cercana con el gobierno que se fue acentuando a lo largo de los decenios, esos altos ejecutivos dirigen desde los directorios político-gubernamentales el esfuerzo bélico-industrial, relegando a muchos políticos profesionales en el Poder Legislativo a rangos medios. Tal es, entre muchos otros, el caso del vicepresidente Cheney y de Haliburton -y unidades a ella afiliadas-, la empresa de servicios petroleros que dirigiera hasta que asumió ese cargo, receptora, como pocas, de generosos contratos del Departamento de Defensa.

Los procesos y acontecimientos que hemos presenciado a lo largo de la guerra fría hasta hoy han consolidado la percepción de Mills de que la clave estructural del poder se centra en la relación entre la corporación y el Estado, esto último, especialmente, por medio del aparato militar, cuyo ascenso político también es impulsado como resultado de la Segunda Guerra y las que le han seguido en Corea, Vietnam, el Golfo Pérsico, Kosovo, y de manera muy particular e intensa, luego de los "catastróficos ataques terroristas" que ahora Bush utiliza como justificación para remover cualquier obstáculo formal a la consolidación del sector castrense como actor dominante en la dinámica política estadunidense. El imperio parece haber ingresado a la "etapa pretoriana" de su crisis hegemónica.

En segundo lugar, cabe tomar nota que lo curioso del razonamiento de Bush en la promoción del pretorianismo doméstico es que dicha promoción es realizada por el mismo mandatario, cuyo equipo de trabajo en el área de seguridad nacional, decidió prestar oídos sordos a lo que ahora, a raíz de recientes investigaciones legislativas, aparece como un impresionante cúmulo de advertencias previas al 11/09, hechas desde dentro y desde fuera de EU en torno a posibles ataques terroristas catastróficos en territorio estadounidense. A las urgentes llamadas de atención provenientes de Italia, Egipto y otros servicios de inteligencia del Oriente Medio se agregan los del M16, el servicio de inteligencia británico con relaciones muy estrechas con sus contrapartes estadounidenses, que desde el 1999 había prevenido a EU sobre planes terroristas de utilizar aviones civiles para "un ataque no convencional" semejante al que ocurrió el 11/09 (La Jornada, 10 de junio, p. 36).

La aparente ineficacia del aparato de seguridad para evitar o minimizar los atentados de septiembre, ocurre simultáneamente con la fuerte propensión de George W. Bush, el aparato bélico-industrial y fracciones importantes de la cúpula militar y de la Comunidad de Inteligencia -CIA, Agencia de Seguridad Nacional y FBI entre otras-, a recolectar el "maná político y presupuestal" derivado del "terrorismo catastrófico" que costó la vida a más de 3 mil civiles el pasado septiembre.

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